miércoles

- Las historias que todos llevamos guardadas en nuestras manos, se arrugan, porque fingen crecer con el tiempo. Fingen madurar, o arrugarse. Los sinónimos no alcanzan cuando se trata de caer,  de golpearse la cara contra la roca. Y las manos las tengo llenas de sangre, junto con este dolor, imposible de descifrar.  Y qué, si todo es tan simple como dicen, qué si no hay algo debajo de nosotros que amortigüe los escapes previstos? qué, si no hay más nada, en verdad, y el dolor aumenta, aumenta porque no sé cerrar las ventanas aún cuando hace frío, ni siquiera si no lo hace. Las cuevas son para los barros,  y nosotros somos pedacitos de tierra mojada, como el olor, de un martes trece que ya termina, y de nuevo abajo, a correr, a sentir que el puente se desmorona encima nuestro. Porque nuestros dientes están hechos trizas, entonces, no podemos gritar, no podemos gritarle a nadie que estamos acá, y estamos siendo inundados por el río, por la costanera. Por los días grises que tanto me gustan, y que tanto frío le traen a tus manos. Disimular el dolor, eso es fácil, lo aprendí desde que me lo enseñaron, casi tan rápido como a caminar. O a elegir un compañero para dormir cuando en la otra habitación había sólo miedo. Sólo miedo y nada más.
Y madre decidía dormir al lado mío.

No hay comentarios: