Se cansó de que las olas nos golpeen y dibujen sonrisas fingiendo que todos somos iguales delante de los miles de ojos que nos espían. Pero existen las almas cobardes y las almas que mueren o matan por un terrón de azúcar, por una maceta sin flor y por un viaje en bondi a las 7 de la mañana. Existe el dios del apocalipsis que no se cansa de tirarnos las cartas y de fumigarnos el balcón, porque asegura que no ese no es un buen lugar para dormir, entonces yo ya no sé qué hacer. Si cagarme de risa en su cara o admitir que la cabeza me da vueltas y que no encuentro un buen renglón para acurrucarme y empezar a escribir.
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