jueves

El cuerpo habla, estudia su monólogo escribe poesías de amor, que luego terminan nivelando una mesa. Cuatro cafés por día, la úlcera más grande para el corazón. Después de vomitar, las palabras que recorre el río que nunca termina. Calla, se agacha y pierde el pulso, se cae, a veces durante la tormenta cuesta sostenerse en pie, por eso corre a un lugar seguro. A tu corazón, que a veces se vuelve piedra, deja de latir, late muy rápido. Punzada para antes de ir a dormir, así no te olvidás de tan cercana que está la muerte. Te esquivo porque me cuesta creer. Allá lejos.
Acá, cerca, una vez más.
Las palabras que se me ahogan y me ensucian, escriben, hablan, gritan. Continuación de lo que a veces parece no ser, y es tan hermoso que se escapa. Entre los dientes, como una sonrisa de avión a punto de estrellarse sobre tu frente. Cambiando de voz.
El interlocutor se estrelló contra el suelo, viajaba en ese avión que se robó tu sueños, que sabe los secretos más oscuros y de en tanto en tanto se hace el que sabe jugar, pero pierde, porque no arriesga, porque no sigue, porque se siente hipócrita de tanto acuchillarse el alma con esas canciones que no sirven para nada. Arte productivo dicen, arte para dejar de amar. Me gustaría ser mañana, un gran mañana y llenarlo todo de Jueves, desde cuando, desde dónde, hacia dónde va el mar, nadie sabe, ni siquiera los científicos tan honorificados que están lo descubrieron, hace poco dejé de perderme, iba andando en bicicleta y rodé por el cielo, que tan cerca está de casa, que tan lejos está tu alma del horror, del terror, de este miedo que te paraliza los pies y te fisura el cráneo.  A veces se hace un lugar en el pecho antes de ir a dormir, los ángeles cantan canciones con arpa me dice, los contrata cada tanto para que no escuche las voces que aterran, me cuenta, me explica y me habla bajito para que pueda estar en calma, como el mar, antes de amanecer.
Se encierra todas las ideas y no las deja salir, egoísta me dice, no parás de hablar de vos, el tiempo tiene lugar en el encierro que lleva a la muerte.
Otra vez esa palabra, desde cuando sos tan débil, antes no te caías por dormir en el suelo, por no poder dejar de llorar, por esta angustia que te amarra desde la cintura y te hace estallar, como cuando no querés abrir los ojos, y cuando querés que esa canción se vuelva eterna. Como una dulce canción de amor, que cuando me mirás a los ojos, me caigo para abajo, me vuelvo a sentar. Hacer música con los dientes, formar ideas para que no se escapen, colgarlas en el árbol, en cinco minutos voy a llorar, y voy a estar tan enterrada en toda esta mierda que nadie va a poder sacarme jamás. Esconder las llaves de la puerta, escuchar como todo se hace más lejano, y que vengas a buscarme, por la ventana, escondete, para que no te vea, para que todo sea nuevo. Escondete conmigo, pero no te caigas, no te mueras que todavía falta tiempo, todavía falta tiempo, todavía nos falta ese tiempo.
Me estalla el alma y lo hace en pedazos de sangre, en canciones tan dulces que empiezan a ser hermosas, como el dolor de cuando te acostumbrás a que todo esté tan sucio y te revolcás, aprendiste a revolcarte y a sonreír aunque nada quede afuera, como este olor a cigarrillo que me acuchilla la piel, se impregna y a la noche me canta canciones sobre la muerte, sobre el cáncer más horrible que puede acariciarme, el cáncer de olvidarse dónde se estuvo una vez, y volver, reiteradas veces.
Escuchá como me entierran los gusanos, y volvé para rescatarme. Quedan mil vidas para sonreír, morí de nuevo, pero hacelo conmigo y después, invitame a caer al suelo, a revolcarnos en el barro del que somos parte a cada rato, de la gente, de tu mundo, de los pulmones que hacen ruido para respirar. Explicame una y otra vez aunque no entienda, y hacer copias de las llaves, por si nos quedan adentro.

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