jueves

-Usted sabrá, no pretendo redimirme contando esta historia, ni siquiera buscar los porqués de mis actitudes con respecto al universo y a los hazme reír del mundo. Aquellos soldados que desafían la muerte, cuando el odio se les incrusta en la frente. La hipocresía más grande tocó mis pies. El miedo, y una vez más, el perder la cabeza por completo.
Buscamos tierra firme, los episodios más violentos en cuanto al retroceso, la lucha más efímera y el tiempo tan aguado, como un dios que se ríe porque nosotros los imbéciles, no paramos de inventar historias. Nadie puede dormir en estas tierras, si el cielo fuera viento, me desparramaría sobre el fuego, ahuyentando así, aquél famoso olvidar. Ese lugar en el que alguna vez se estuvo, usted comprenderá, historias piratas, barcos arrasados por el olvido y por aquél poderoso clamor de los jóvenes. Nervios, nervios en las manos, en el estómago que pide a gritos una radiografía. Los abrazos no mienten, gritaban por allá, pero preferí callarme. Tierra de cobardes, de cagones, de personas que no sintieron nunca el cuerpo desvanecerse, cuando se está allá, también estamos acá. Nosotros, dijeron, nosotros muertos en vida. Mil tiempos te esperé, mil veces te callaste. Y sin embargo, el suelo se conmueve, porque me sostuvo, sostuvo cada una de éstas historias, que el mar se tragó por completo. Diciembre, qué tanto olor a diciembre hay en las calles?. El día me derrumba, y la noche, siento que no existió jamás. Sólo cuando todos sentían que el pozo los tragaba, historias de amor cuenta, yo no me creo esa basura. Las historias de amor terminan nivelando una mesa, haciendo pie, a una moldura imperfecta, creando agujeros negros imposibles de llenar. Imposibles.
Las historias de amor, no ordinarias, son aquellas que no tienen fin, en dónde el amor si es suficiente, gritaba, pegaba carteles, golpeaba las mesas y rompía vidrios. Curaba heridas, hacía que sangren, que los ojos lloraran ríos. Palabras, perfectas para la muerte.
El capitán que lloraba, explicaba todo el tiempo dónde podíamos hacer pie en caso de que se hundiera el tiempo entre las venas, de dónde hacia dónde corrían las venas en caso de que no pudiera respirar, y si el viento se cortaba, dejaba que fuésemos canciones.
Susurrando, como la espera y las gotas que rompían tímpanos para despertar. Reventando sueños, acumulando llantos.
Mil sonrisas y ningún espacio que llenar, quemar hasta destruir.

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