sábado

Frágil

- Si quiere le cuento la historia de la niña que le gustaba el invierno y se murió de frio.

Ya sabe, era esa niña que nunca se sentaba en el autobús. Siempre estaba parada aunque el micro estuviera vacío.

No gustaba de hablar mucho, ya sabe, así como se mostraba por fuera, así era por dentro. Hasta a veces era monosílaba. Le costaba decidirse si por el sí o por el no, y siempre se encontraba seria. Buscaba dentro de su cabeza, llena de embrollos, algo que la hiciera huir. Huir para siempre.

Solo llevaba 8 años de vida, y ya quería volar, como todo niño, ¿o usted nunca ha sido niño?, sólo cuando la recuerdo, pienso en lo absurda que fue su existencia. Sus rizos alborotados, hablaban de su cabeza, más que su propia voz. A veces me es difícil recordar alguna palabra suya que se abstenga a sus tristes “no”.

Tenía la mirada triste, ya sabe, una de esas niñas que no mantienen sus ojos firmes en alguna cosa por mucho tiempo, sólo se dedican a deambular en busca de respuestas, en busca de algo que la hiciera escapar, de sus huidas previstas.

Le gustaba tocar el piano, y yo me pregunto, cuántas horas de su pequeña vida, las ocupaba en ello, la música era su forma de escapar, lejos de lo tortuosos que le resultaban los golpes de sus hermanos. Pero no eran golpes físicos, a decir verdad, eran golpes en el alma, lo que le causaba desear desaparecer cuando cerraba los ojos, y los cerraba tan fuertes, que a veces imaginaba que no iba a volver.

Tenía miedo a bañarse en el mar, a causa de los tiburones, ya sabe, esos miedos absurdos productos de algún desorden en su pequeña cabecita. A veces me llamaba, y yo sólo era capaz de responder un “sí, claro…” no sabía que decirle, y de a poco, fui creyéndome que le tenía lástima. Siempre hablaba con el mismo tono de voz, daba igual lo que quisiera decirme, a veces era irritante.

Y así estaba todo en la vida de esa niña.

Sus días se volvían cada vez más rutinarios, se estaba acostumbrando a la idea de llevar sus manos frías aunque fuera verano. Pero a lo que más se iba acostumbrando, era a los golpes. Recibía una media de 10 insultos cada 5 minutos que pasaban en su hogar, gracias a sus hermanos, su vida se estaba volviendo fría, -eso, si alguna vez había sido cálida-. Soñaba con tal fuerza que podía volar, que un día hasta creímos verla en el cielo, y fue entonces cuando cayó, nunca voy a entender, cómo fue que cayó tan hondo, fue tal la vergüenza que sintió, que jamás salió de su cuarto. Su pequeña vida había tomado un giro rotundo, ya no gustaba de volar, ya no le gustaban las mariposas, ni soñar, no le gustaba nada más que no se llamase invierno. Y así volvieron a pasar sus días, nada cambiaba dentro de su hogar –algunas personas dicen, que el hogar de uno es donde está su corazón, esta niña, ya ni siquiera tenía corazón.-

Es extraño, a veces resuenan sus lágrimas como si golpearan dentro de mí luego de cada golpe, sus hermanos atinaban sus fracasos contra ella, y así pasaban sus días. Nunca entenderé cómo desapareció del mundo, para su familia fue cómo si jamás hubiera existido... Y usted sabe, en el pueblo nadie la volvió a nombrar jamás.

A ella le encantaba jugar con sus juguetes, tenía uno de cada color, y de cada forma, siempre estaba sentada en su mesa para tomar el té, junto con su gran telescopio, aunque ella lo negara, yo sé, que en el fondo, seguía deseando volar, pero luego de ese bochornoso episodio, no lo había vuelto a intentar nunca más.

Y sus hermanos la seguían lastimando, a medida que pasaba el tiempo, cualquier persona se hubiera vuelto más y más fuerte, frente a la violencia, pero esta niña… usted sabe… esta niña era especial. No respondía ante los golpes, no movía su cara, no hacía ninguna mueca, y sabrá usted, que la violencia física es una cosa, pero la violencia verbal, se te clava en los huesos, en la mente.

Hubo un día, si, que a mi parecer lo cambió todo en la vida de esta niña, ella estaba fuera de su casa, como por casualidad, había decidido ir a los juegos de la plaza vieja del pueblo, esa, donde ya las hamacas están oxidadas y los toboganes tienen las escaleras rotas, pero ella se sentía bien ahí, de cierta forma, su alma sentía una especie de complicidad con aquel lugar. Ella estaba ahí, sintiendo algo parecido a la felicidad,- usted sabe… en los libros no detallan qué se debe sentir para ser feliz, pero es como una especie de libertad en el alma, ¿cierto?, como una necesidad gigante de poder despegarse del suelo- Jugaba con las hamacas, que se movían alto, muy alto, y bailaban juntas con el viento, esa niña había encontrado su lugar quizá, lejos del ruido del mundo, lejos de las plazas nuevas, pero sobre todo, lejos de sus hermanos, esos que le estaban quitando sus ganas, su vida entera. Soñaba con que ese día fuese eterno, pero no fue así. -A veces se preguntaba dónde van los sueños cuando no se cumplen, porque a algún lado deben ir, ¿cierto?- En ese día comenzó todo, mejor dicho, ese día empezó todo, no sé qué habrán activado las hamacas en la niña, no sé qué fue lo que sucedió, pero la recuerdo con una sonrisa, con una sonrisa inmensa en su rostro pálido, no estaban sus arrugas de preocupación, ni de angustia, que por sólo tener 8 años eran increíbles, pero ese día, ese día lo cambió todo. Volvió a su casa, luego de su tarde feliz, respiraba viento por todos lados, respiraba olor a lluvia, y miles de olores que solo ella sabía apreciar, como si el feliz invierno que tanto anhelaba se le hubiera colado en los huesos, de una vez, y ella creía que para siempre. Hasta los tristes insultos de sus hermanos, rebotaban en la niña, los borraba, ya no los odiaba, solo era feliz, y se mantenía viva en eso.

Pero había algo que como siempre, tenía que ir mal, a sus hermanos no les bastaba con molestarla, aún cuando ella estaba triste, sin vida en sus mejillas, ahora, se habían propuesto arruinar su felicidad, nunca entenderé que era lo que iba mal en esos chicos, y por qué siempre descargaban su ira contra ella, usted sabe.. Solo tenía 8 años.

Así fue como empezaron a acortarse sus días, esa niña que de repente había adoptado como por arte de magia todo el brillo del mundo en un santiamén, que buscaba jugar cada día más y más, que deseaba explorar la vida en otros planetas – como todo niño, ya le he preguntado si ha sido niño alguna vez, pero.. ¿Usted nunca quiso ser astronauta?- esta niña estaba empezando a creer que podía ser como cualquier otra niña, que ya no iba a perderse en las miradas, que sus rizos no iban a hablar por ella nunca más. Había empezado a utilizar más de una silaba para comunicarse, cuando de repente, en sus días comenzó a verlo todo gris nuevamente.

Sus parpados empezaron a caerse, su voz comenzó a apagarse nuevamente. -No quería volar, gustaba tanto del invierno que creía y hasta quería empezar a morirse de frio otra vez.- Sus mejillas demostraban cuan débil era su alma, cuan enferma se encontraba su mente, y los días se le pasaban por encima. Su piano estaba envuelto en polvo, ya sabes, la debilidad había acabado con sus ganas de ser una gran pianista en el mundo. Y el tiempo se le fue haciendo lento, cada vez más lento, escuchaba el sonido de las gotas golpeando sobre el cristal de su ventana constantemente, aún cuando no llovía, ella sentía que llovía en su interior. Los días la estaban gastando, los días se la estaban llevando.

Y nadie recordará jamás cuan efímera fue su existencia.

Sus hermanos disfrutaban de cada día que pasaba, y la niña moría lentamente. Nunca se supo que fue lo que le causó ese envenenamiento, pero si me permite usted decirle algo… Para mí, el envenenamiento no se dio de repente.. sus días estaban contados, aun antes de nacer. Esa niña iba a ser fugaz desde un principio, y lo fue.

Nunca investigaron sobre su muerte, nunca nadie más tocó el tema, como ya le he dicho. Ella murió, por jugar con sus juguetes, por sentir el viento en sus venas, por aprender muchísimo más de la vida que lo que usted y yo podríamos aprender en cien años.

-¿Y sus hermanos?

-Nunca nadie les preguntó nada, sobre lo ocurrido, nadie quiso saber nada de la vida “poco interesante” de esa niña.

-¿La extraña?
- No.- Pero sí se puede extrañar a las cosas que nunca han sucedido, pero sí se puede extrañar a las cosas que se ven, que se tienen.
- ¿Y usted?
- Tampoco.
Mentí en su despedida.

Y era yo.


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