lunes




Por qué todas las cosas tienen que tener un por qué, y por qué todas las personas se encierran en una lista de por qués indescifrables.
Suena el teléfono y noto como se me acelera el corazón, ese chico color cielo, no es más que una sombra en mi retorica lista de por qués indescifrables.
Ya no oigo su voz, el aire se le fue por el suelo, solo tengo un pedazo de lluvia a cambio de nada. Y sabe la vida, que nota usted como se me corta la respiración. Llorábamos ríos de letras, llorábamos libros, llorábamos promesas, lloré lloraste, eso fuimos, un rejunte de pretéritos perfectos.
Todavía sigo esperando que tomes el envión, que saltes de la hamaca (aunque al caer, recuerdes lo frágiles que son tus tendones) y vengas a buscarme a mi ventana. Y no sabes, si que no sabes, lo que extraño verte esas noches sorpresas, y ya no sé si eres tú o soy yo quien corta con chuchillos la respiración en el teléfono. Lloré, lloraste, solo fuimos un puñado de pretéritos imperfectos.
Chico color cielo, llámame, pásame a buscar esta noche y finjamos que no hay abismos, que no hay vacios, dejare mi ventana sin pestillos, ya sabes, es la que tiene dos zapatillas de bailarina colgando. Y ya no quiero ser pretérito, quiero ser contigo, lejos de los condicionales de la lengua española.
Lo siento, sigo disparándote metáforas.

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