martes


No puedo alejar de mi mente la absurda sensación de caer al cielo, los días se comen al sol mientras que la noche me canta canciones indescifrables.Suenan las líneas de mi mano y me detengo en un semáforo mientras miro a esos chicos hacer malabares con unas naranjas, y no puedo ocultar mi locura por el cielo, mi mal humor cuando te vas y volver a decidir una y otra vez que nada será igual si no regresas.
Llego al café de enfrente a la plaza. Y me imagino cada vez más como si tomara parte en lo real. Me imagino el ruido del azúcar cayendo en el café. Las agujas de ese reloj me dicen que llevas retrasado veinte minutos y yo que me sigo preguntando por qué existen los relojes, si el viejo que los invento ya debe de haber muerto. Pero en todos lados dicen que necesitamos de las horas para vivir mejor, yo digo que las horas provocan locura, y una distancia capaz de hincársete en el medio de los huesos. Acabo de recordar que olvidé todo lo que sabía de biología. ¿Qué dices que hacen hoy en la tele?
Ni si quiera se cuantos minutos llevo en este lugar, ni por qué traje conmigo este cuaderno, que lo único que hace es provocar más y más ansiedad. Juro que lo único que existe peor que el sonido del goteo de una canilla mal cerrada, es el sonido de las agujas del reloj que me anuncian que van a seguir midiendo el tiempo que estamos lejos.
Ya no escucho el sonido de las agujas corriendo, solo escucho la aceleración de todo lo que me rodea, y sus recorridos, lleva los rizos más alborotados que de costumbre.
-¿Dónde estaba tu corazón?
-Tardé en encontrarte, no podía atravesar la ciudad.
-¿Quieres un café? ¿Como cuando salía antes del colegio?
-Necesito pensar
- Todo irá mejor, ¿cierto? Lo sabes... ¿Por eso estás aquí?

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