sábado

El muerto que me saluda desde la mejilla derecha. Porque se me escapan las lágrimas, y cree que es gracioso. Me hace cosquillas, me tira por las escaleras manipula la sangre con total libertad. Porque es todo un sueño me explica. A veces creo que lo escucho, la gracia que le hace cuando se cruza de vereda y desde el otro pocito lo saluda mi angustia. Le cuenta de las canciones en las que me quebré, y la voz no me dio para nada. A quién no le da por volcarse en el suelo y escribir un guión con gritos. A gritos, me divide la cara cuando me caigo para adelante, sobre la tierra húmeda. Me retiene, me empuja, el muerto menos simpático llegó a condenarme a cuarentaycinco mil canciones sin voz, sin vos, sin nadie. Yo te cuento para que entiendas, por todos lados van caminando, asustando nenes que no quieren dormir. La juventud les llega temprano, o quizás no pueden despegarse de tanta tormenta en sus casas. De tan despacito que les cae la gota en la nuca, se convierte en una tortura, y los años pasan. Me pesan, el muerto más simpaticón me escribe poemas, habla de como será aquella tarde en la que sueñe con un atardecer, en la que no muera sola, y me encuentre con ese alguien al lado mio, me describe los atardeceres que vio en su mar, en la comisura de mis labios, me cuenta que para viajar hacia el otro lado hay que hacer un esfuerzo sobrehumano, claro, piensa, él ya está muerto. Ni siquiera debe sentir lo que es volar, porque se arrastra. Me explica que el del otro lado grita tan desafinado que no se qué , yo le explico, y le grito que no puedo escucharlo, mi memoria se traba cada vez que trato de girar los ojos muy abajo. Me pregunta sobre direcciones y quiere jugar sobre mi clavicula.
No sé cuanto tiempo llevo así, desplomada sobre el pasto, sobre la arena, y las imágenes me sobrevienen en la mente, me atragantan las ideas, me estrujan los pulmones y hacen que quiera vomitar. Pero ésta vez no hay charco de sangre, porque mi alma está vacía, estoy seca por dentro señor muerto.
Usted ganó, le replico, me grita truco y que se suspende la función de los Jueves. Canta canciones en idiomas extraordinarios, porque afuera, en la pieza de Fran están haciendo música que me hace querer explotar. Y el muerto al lado mío. El antipático me hace señas, me pincha la mejilla y se escapa hacia la oreja. Cree que no sufrí mayores molestias que él, y se piensa que estamos todos locos si creemos que vamos a usar el horno para una torta de chocolate. De qué me estás hablando?
Idiota, me dice. Se cree que somos todos vivos acá, que nadie sabe de canciones que llenen el cielo, y que no hay tensión en lo profundo del mar.
Vos estás acá, envuelto en tierra , porque estás conmigo. Señor muerto antipático.
Escribe lineas sobre mis ojos, me empuja, me tuerce el cuello y nunca había notado cuan flexible me volví después de aquella noche tan oscura. Oscura, como los sentimientos de ese cuento de fantasía, y una cámara para poder escribir noticias en el borda. En el borde de mi cuello, en los caminos de mi sien.
Y los chistosos de estos muertos, que cantan canciones de navidad.
Demasiada juventud, tanta que no podré tolerarla otra vez.
Me atraganto, y ruedo como un vaso de whisky, barato claro, y sin escalas hacía la furia, hacía la angustia constante que no me permite refugiarme en cada escondite que me inventé. En cada espacio entre la comisura de tus labios, y yo quiero ser un muerto, para esconderme en tus mejillas, cuando tengas ganas de llorar.

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