No sé cuanto tiempo llevo así, desplomada sobre el pasto, sobre la arena, y las imágenes me sobrevienen en la mente, me atragantan las ideas, me estrujan los pulmones y hacen que quiera vomitar. Pero ésta vez no hay charco de sangre, porque mi alma está vacía, estoy seca por dentro señor muerto.
Usted ganó, le replico, me grita truco y que se suspende la función de los Jueves. Canta canciones en idiomas extraordinarios, porque afuera, en la pieza de Fran están haciendo música que me hace querer explotar. Y el muerto al lado mío. El antipático me hace señas, me pincha la mejilla y se escapa hacia la oreja. Cree que no sufrí mayores molestias que él, y se piensa que estamos todos locos si creemos que vamos a usar el horno para una torta de chocolate. De qué me estás hablando?
Idiota, me dice. Se cree que somos todos vivos acá, que nadie sabe de canciones que llenen el cielo, y que no hay tensión en lo profundo del mar.
Vos estás acá, envuelto en tierra , porque estás conmigo. Señor muerto antipático.
Escribe lineas sobre mis ojos, me empuja, me tuerce el cuello y nunca había notado cuan flexible me volví después de aquella noche tan oscura. Oscura, como los sentimientos de ese cuento de fantasía, y una cámara para poder escribir noticias en el borda. En el borde de mi cuello, en los caminos de mi sien.
Y los chistosos de estos muertos, que cantan canciones de navidad.
Demasiada juventud, tanta que no podré tolerarla otra vez.
Me atraganto, y ruedo como un vaso de whisky, barato claro, y sin escalas hacía la furia, hacía la angustia constante que no me permite refugiarme en cada escondite que me inventé. En cada espacio entre la comisura de tus labios, y yo quiero ser un muerto, para esconderme en tus mejillas, cuando tengas ganas de llorar.
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